martes, 5 de abril de 2011

EL SENTIDO ÉTICO DE LA VIDA EN LA TERAPIA Y LA PEDAGOGÍA ROGERIANA

El hombre se encuentra confrontado con la inexorable cuestión de configurar su vida. Si el ser le está impuesto al hombre, el vivir es quehacer suyo y cuestión básica para él. Al decir de Platón en La República “Hay que examinar esta cuestión más a fondo, puesto que no se trata de resolver algo intrascendente, sino nada menos que acerca de cómo es preciso vivir”.

Cuando abrimos las puertas de un consultorio psicológico estamos previendo que las personas que asistan vendrán con esta problemática a buscar ayuda. Por lo tanto, porque es una cuestión del vivir, presentamos tanto al terapeuta como al paciente (“cliente” dirá Rogers) en una perspectiva exclusivamente ética. Esta dimensión viene marcada por la actitud, los contenidos y las acciones morales que se irán analizando y comprendiendo en la tarea terapéutica. Tarde o temprano el cliente se plantea los temas del bien, la justicia, el deber, la culpa, el miedo a la muerte, etc., que se le generan subjetiva y objetivamente por el tipo de elecciones que hace y en cada experiencia vital que realiza.

La experiencia terapéutica y académica desarrollada en los últimos veinte años nos ha permitido ir confirmando en la tarea diaria, los ejes antropológicos y filosóficos que sustentan la propuesta rogeriana y que se estructuran en base a los siguientes supuestos:

Una concepción humanista existencial

La búsqueda del sentido de la vida como prioritaria en el desarrollo de la persona

La resignificación de la experiencia vital y el descubrimiento de los propios proyectos facilitados por la tarea terapéutica y/o educativa

Una orientación teórica de carácter cognitivo, conductual y social

El existir humanamente consiste en ser-responsable en vistas de la finitud. El hombre nunca se reduce a su propia facticidad porque de hecho es un ser facultativo, capaz de orientar su existencia hacia su propio porvenir. Rogers considera, desde su propia interpretación humanista existencial que el fin de la persona es ser plenamente ella misma, como decía Kierkegaard “ser verdaderamente él mismo”. Esta idea básica va a ser desarrollada en las siguientes premisas (1):

El fin de la persona es ser plenamente ella misma. No hay una bestia en el hombre. “No hay en el hombre sino el hombre, y es a él a quien hemos liberado”.

La persona es una totalidad, una unidad organísmica. “En tal estado de unificación la persona es conciencia de lo que su contexto social le exige, así como de sus necesidades elementales (físicas) y más específicamente humanas (psíquicas: amistad, desarrollo personal, afectos)”.

La persona es un organismo capaz de llegar, gracias a las notables capacidades de integración de su sistema nervioso a un comportamiento equilibrado realista, valorizante de sí mismo y los otros, como resultado de una conciencia libre.

La persona es capaz de ser conciente del medio que lo hace a él y su conciencia del medio se hace ajustándose o enfrentándose consigo mismo, según sus límites y posibilidades.

La persona está llamada a una “vida plena”. Estas condiciones de realización dependen de que: a) el conocimiento emerja de la totalidad organísmica del sujeto; b) haya logrado la libertad interior suficiente y necesaria para orientar ese movimiento.

La persona autorrealizada se caracteriza por:
una creciente apertura a la experiencia organísmica; una tendencia a vivir intensamente el momento presente; una confianza creciente en la experiencia organísmica como criterio de conducta satisfactoria y adecuada a cada situación;

Una vida en expansión, elegida como un proceso en devenir, enriquecedora, que vale la pena, significativa (que tiene sentido), que implica el coraje de existir, es el Ideal-ideal que propone Rogers.

En consecuencia es posible sintetizar los fines de la obra de Rogers:

  • Explorar la riqueza de la persona
  • Ayudar a los individuos a descubrir y experimentar más plenamente sus vidas
  • Profundizar la relación entre las personas

Descubrir lo que significa para la gente el ser más personal, humano y comunicativo en sus organizaciones y en su sociedad

Una idea clave para la consecución de estos fines es la consideración positiva incondicional del otro y que podemos describir como una sincera aceptación del otro tal como es y como se presenta, un real interés por su persona y su dinámica; verdadero amor que es renuncia a la posesión del otro. La aceptación incondicional es fuente que une en la distancia. Esta noción es básica para la construcción de una personalidad plena, y es esencial tanto en la relación familiar, como en la educativa y la terapéutica; en este último campo es tal su incidencia que Rogers sostiene que si el terapeuta es capaz de experimentar:

  • Congruencia (autenticidad y transparencia en la expresión de sentimientos)
  • Aceptación incondicional (valorar al otro como individuo diferente y aceptarlo)
  • Empatía (sensible capacidad para ver al otro y su mundo tal como él lo ve)
  • El paciente o cliente logrará:
  • experimentar y comprender aspectos de sí mismo reprimidos
  • lograr mayor integración personal y funcionar con eficacia
  • ser más expresivo y original
  • tener más confianza
  • tornarse más comprensivo
  • enfrentar los problemas de la vida de manera más adecuada
  • ser la persona que potencialmente querría ser

De estas ideas rogerianas se derivan consecuencias para una filosofía moral y un sentido ético de la tarea terapéutica y pedagógica:

La concepción del hombre como “persona” (no sujeto ni individuo, en un sentido reduccionista).

La definición de esta persona desde una antropología filosófica existencial como dinámica, en desenvolvimiento, en proceso de cambio hacia un ideal superior de sí mismo.

La consideración de que la persona tiende a plenificarse a través de valores y lo hace desde su propia libertad y responsabilidad para elegir y decidir sobre dichos valores. En su libro “Libertad y Creatividad en la Educación” lo pone de manifiesto: “… En primer lugar, la libertad de la que hablo es esencialmente interior, existe dentro de la persona aparte de las elecciones y alternativas externas que a menudo pensamos que forman parte de la libertad. Hablo de la clase de libertad que Viktor Frankl describe en sus experiencias en el campo de concentración, cuando se despojaba a los prisioneros de todo, posesiones, status, identidad. Pero los meses y años en tal ambiente sólo demostraron que “se puede despojar a un hombre de todo excepto de una cosa: la última de las libertades humanas, elegir una actitud en cualquier conjunto de circunstancias dado, elegir la propia modalidad”. Me he referido a esta libertad interna, subjetiva y existencial. Significa advertir que “puedo vivir yo, aquí, ahora, por mi elección”: Esta clase de coraje es la que permite a una persona aceptar la incertidumbre de lo desconocido cuando elige por sí mismo…” (2).

El alejarmiento sustancial del determinismo inconsciente, procurando poner el acento en las percepciones y acciones que el yo despliega desde la conciencia.

La promoción permanente de la confianza en los aspectos de salud y en las dimensiones de creatividad que cada persona mantiene a pesar de los sufrimientos, síntomas y otras perturbaciones que los afecten.

La consideración de que tanto la educación como la terapia juegan un papel fundamental para que la persona vaya descubriendo el significado, el sentido y las consecuencias de sus acciones y misiones. Rogers afirma que esto conduce a asumir los valores ónticos. (3)

La convicción de que el protagonista fundamental del aprendizaje o de la terapia (que también es un aprendizaje) es la propia persona con ayuda del terapeuta o del docente.

El desarrollo de la psicoterapia y de la tarea educativa como una propuesta abarcativa que incluye una revalorización de las creencias, tradiciones y modalidades religiosas que las personas tienen, entendiendo que la religiosidad es una dimensión natural del ser humano y que puede ser reencauzada por la propia persona para mejorar su calidad de vida.

Esta posibilidad de reencauzar la propia vida hacia una dimensión más plena está signada por el encuentro con el otro, en la posibilidad de ser reconocido y aceptado por el otro. Ya William James sostenía que “El castigo más duro que podría concebirse si fuera físicamente posible, es el de permanecer un hombre perdido en el seno de la sociedad e inadvertido para ella. Si nadie anduviese alrededor cuando entramos, si nadie respondiese cuando hablamos, si nadie recordase lo que hacemos, si, por el contrario, todas las personas que encontrásemos `callasen como muertos ´ y obrasen como si nosotros fuésemos cosas no existentes, surgiría en nosotros una especie de rabia y desesperación, de la cual serían un alivio las más crueles torturas corporales; porque éstas nos harían sentir que , por mala que fuese nuestra condición, no nos hundimos en tal profundidad que fuésemos indignos de atención” (4).

Las relaciones profundas y de colaboración con los demás se viven como realizadoras del yo, sostiene Rogers (5). El fundamento filosófico de esta postura rogeriana se puede encontrar en la obra de Levinas como en la de Buber; ambos autores describen la interconectividad de la persona y remarcan que “todo empieza con el otro”. Buber sostiene que lo primero es el instinto de relación: “al comienzo es la relación, como categoría del ser, una disposición de acogida, un continente, una pauta para el alma; es el a priori de la relación, el Tú innato. El Tú innato se realiza en las relaciones vividas con aquello con que se encuentra”(6). Más adelante, afirmará que “el Tú se me presenta, pero soy yo quien entra en relación directa con él. Así la relación comporta ser elegido y elegir, y es a la vez, pasión y acción” (7).

En su reflexión Buber incluye también la relación con Dios: “Toda relación verdadera con un ser o con una esencia en el mundo es exclusiva. El Tú de esta relación es destacado, puesto aparte, único, existe sólo frente a nosotros. Llena el horizonte. Esto no significa que no exista nada más. Pero todo lo demás vive a su luz. En tanto que la presencia de la relación continua, su amplitud cósmica es inviolable. Pero desde que un Tú se torna en Ello, la amplitud cósmica de la relación aparece como una injusticia hacia el mundo y su exclusividad como una exclusión del universo. En la relación con Dios la exclusividad incondicional y la inclusividad incondicional se identifican. Quien ha entrado en la relación absoluta no se preocupa ya por nada aislado, ni por cosas ni por seres, ni por el cielo ni por la tierra, pues todo está incluido en esa relación”. (8)

Peter Schmidt, que ha profundizado el análisis de esta relación dice que sin embargo Levinas es más radical aún ya que sostiene que “el fundamento de la autoconciencia no es la reflexión (el yo por medio del tú) sino la experiencia de la relación. El niño es concebido y nacido de una relación” (9). Por eso el otro, que es una persona absolutamente diferente, me propone un encuentro y desde el encuentro surge la obligación de responder. La Psicoterapia es y será siempre un compromiso, un verdadero servicio de respuesta al prójimo. Es esencial entender que en la relación terapeuta-paciente, la persona sufriente nos demanda. El terapeuta tiene la función y debe estar preparado para la respuesta. Por ello es altamente meritorio que Rogers, retomando estas perspectivas filosóficas del humanismo existencial, pusiera el énfasis en la relación de encuentro terapeuta-cliente o docente –alumno. Justamente en esta relación es la percepción de los otros como tales, su reconocimiento y su aceptación lo que determinan la eticidad de la tarea terapéutica.

Rogers es claro al sostener que en la terapia el terapeuta debe ser “capaz de entablar una intensa relación personal y subjetiva con su cliente, relacionándose no sólo como científico frente a su objeto de estudio, no cómo médico pendiente del diagnóstico y la cura, sino como persona frente a otra persona” (10). Esto obliga a una apertura y a un compromiso: “significa que el terapeuta siente a este cliente como una persona de valores propios incondicionales (…). Significa que el terapeuta puede establecer la relación comprendiendo a su cliente (…) Significa que el terapeuta ha ingresado en la relación de modo total” (11). Como afirma Schmidt “el dirigirse y preguntarse para responder supone una profunda responsabilidad para nosotros, una obligación en que nuestro prójimo espera de nosotros”. (12)

Alfonso López Quintás afirma también que somos “seres de encuentro”, y señala que “vivimos plenamente como personas, nos desarrollamos y maduramos como tales creando modos diversos de encuentro” (13). Pero la calidad de ese encuentro demanda entre otras condiciones, generosidad, veracidad, cordialidad, disponibilidad y siompatía, que son en última instancia, valores. “Cuando asumimos los valores como principios configuradores de nuestra conducta los convertimos en virtudes (…) Las virtudes son capacidades para el encuentro” (14). Al configurar virtuosamente nuestro modo de ser con el otro se genera un modo de comportamiento, un conjunto de hábitos que son, en síntesis, una ética. El hombre éticamente valioso es el que configura un modo de ser que lo dispone para crear relaciones de encuentro.

Una relación virtuosa entonces, nos permite crecer como personas, lo cual implica no sólo un hecho biológico, sino también una dimensión espiritual, y en esa dimensión se dan las virtudes y los valores que nos permiten lograr un modo de vivir con el otro y con las cosas. Rogers afirma que tanto el trabajo del educador como el del terapeuta están inextricablemente ligado al problema de los valores, y a brindar al otro la posibilidad de asumirlos a través de un aprendizaje experiencial y significativo, que comprometa a la persona total. La persona del terapeuta se compromete en el ejercicio de su profesión cuando ésta es puesta al servicio de valores y contribuye a descubrir el sentido y la misión de la existencia.

Todo ser humano, con vistas al sentido que tiene su propia existencia, va madurando como persona, va llenando de significado cada una de sus decisiones, acciones y realizaciones. Sin embargo, la madurez humana no deja de incluir al otro; por el contrario, el otro es parte constitutiva de esa plenitud. La psicoterapia y la docencia son rutas privilegiadas para promoverla. El vínculo natural que existe entre el hombre y su trabajo profesional puede constituirse en un campo fructífero para la realización creadora de valores y para el cumplimiento único e insustituible de la finalidad de la propia vida.



Notas:

(1) Cfr. Rogers, C. El proceso de convertirse en persona. Buenos Aires: Paidós. 1950

(2) Rogers, C. Libertad y creatividad en la educación en la década de los ochenta” Buenos Aires: Paidós. 1986, p. 319

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